Los hijos heredan el sufrimiento de los padres | 29 OCT 18

Hipótesis epigenética de la transmisión del trauma

Los descendientes de prisioneros de la Guerra de Secesión americana vivieron menos que los del resto de soldados
Autor/a: Miguel Ángel Criado El País, Madrid

El cabo Calvin Bates, en el hospital tras salir del campo de prisioneros confederado de Andersonville. Atención, la foto ampliada puede herir su sensibilidad.

El cabo Calvin Bates, del 20º Regimiento de Infantería de Maine del Ejército de la Unión, fue hecho prisionero por soldados de la Confederación en mayo de 1864, durante la Guerra de Secesión de EE UU (1861-1865). Apenas estuvo cuatro meses en el campo de prisioneros de Andersonville (Georgia) pero salió de allí demacrado, enfermo, con los dos pies amputados y un intenso sufrimiento en su mirada (ver fotografía).

Tan duras eran las condiciones que el 40% de los prisioneros no salieron vivos de allí. Ahora, un estudio con miles de ellos muestra que los hijos que tuvieron los supervivientes de aquel infierno vivieron menos que los de otros veteranos. Incluso murieron a una edad más temprana que sus hermanos nacidos antes de la guerra. De alguna manera el dolor de sus padres se grabó en su genética.

Desde hace años, estudios en animales han mostrado que determinados factores ambientales provocan cambios en la información genética que pasan de una generación a otra. Es como si dejaran marcas que apagaran o encendieran genes pero sin alterar el ADN.

Así se ha comprobado que el azúcar que toman los padres puede hacer obesos a sus descendientes o que la mala alimentación de los abuelos perjudicaría la salud de sus futuros nietos. A pesar del gran impacto que podría tener en la ciencia y en la salud, se sabe poco de estos mecanismos epigenéticos en humanos y saber más exigiría unos experimentos que la ética impide.

Por eso es tan excepcional la historia de Bates y el experimento social que supuso el internamiento de unos 200.000 soldados de la Unión enprisiones sudistas durante la guerra que dividió EE UU. Un grupo de investigadoras de la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA) han rastreado qué fue de ellos una vez que salieron de los campos.

Gracias a los archivos militares, saben si se casaron o ya estaban casados, dónde vivían, a qué se dedicaban o cuándo y cuántos hijos tuvieron. También pudieron ver cuándo murieron ellos, sus mujeres y sus hijos. Así comprobaron que, tal y como publican en PNAS, los que tuvieron después de pasar por sitios como Andersonville vivieron menos que los hijos de otros veteranos de guerra.

A la misma edad, los hijos de los prisioneros concebidos después de la guerra tenían el doble de posibilidades de morir

"Pasaron dos cosas en el campo: inanición, con los hombres convertidos en cadáveres andantes que morían de escorbuto y diarrea, y estrés psicológico", comenta Dora Costa, economista de la UCLA y principal autora del estudio. Ni ella ni sus colegas son especialistas en genética ni se ha podido estudiar el ADN de los 6.500 veteranos de guerra y el de los 20.000 hijos suyos que han investigado.

Pero han llegado a la epigenética por descarte: Controlando diversos factores, como condición socioeconómica, origen, fecha de alistamiento o estado de salud previo compararon la longevidad de los hijos de los veteranos que fueron prisioneros con la de de los que no lo fueron, viendo que, en iguales circunstancias y a la misma edad, los primeros tenían el doble de probabilidades de haber muerto. Hay otro dato que refuerza la tesis de la base epigenética: Dentro de la misma familia, los hijos que el prisionero de guerra tuvo después de sobrevivir a uno de esos campos tenían hasta 2,2 veces más probabilidades de morir antes que sus hermanos a la misma edad.

 

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